La receta familiar del pastel de moras de la abuela, el rebozado del pollo frito del fast food del centro comercial, la mezcla de especias secreta del restaurante Etíope de la esquina o la técnica empleada por el chef de moda para hacer una mousse de caldereta de marisco. Todos son secretos culinarios que cualquier cocinero quisiera mantener en sus fogones para evitar que otros se aprovechen de su ingenio gastronómico, pero ¿son patentables? ¿hay alguna manera de proteger las recetas de cocina?
Desde el punto de vista doméstico puede resultar algo trivial y carente de trascendencia económica el hecho de querer proteger las recetas familiares. Pero en la oferta gastronómica hay una competición encarnizada por diferenciarse y atraer a más comensales, que además sean fieles y recurrentes.
Esto indudablemente está desembocando en una carrera por crear sabores que deleiten hasta el mas exigente, por ofrecer platos que desafíen las leyes de la física y por descubrir mezclas que rozan la alquimia culinaria.
Como es lógico, siempre que alguien invierte tiempo y dinero en desarrollar un producto que guste a la gente surge la necesidad de querer evitar que todos los recursos invertidos queden en agua de borrajas si la competencia nos copia nuestras ideas (pues visto está que donde hay éxito siempre hay alguien dispuesto a aprovecharse de él).
¿Existe la propiedad intelectual entre fogones? Descubramos que herramientas nos da la Ley. Pongámonos el delantal.